Ratoncito de biblioteca

Cuándo comenzó este romance entre las líneas y yo, no sabría decirlo con claridad, pero ciertamente fue antes que aprendiera a leer. Me recuerdo haciendo líneas sin sentido en un papel, mientras pensaba que escribía largas cartas. La inocencia de la infancia sin duda es un mar sin encauzar por lo que pienso en esas líneas como el mejor cuento que no escribiré jamás. Más tarde vinieron las inagotables tardes a solas, sentada en el piso de un cuarto sin usar, acompañada por un libro. Invierno y verano, los recuerdo tras miles de páginas y millones de historias. Una infancia diferente, no lo niego, quizás demasiado sola, demasiado tímida para compartir mi mundo interno, pero feliz. Ya en la adolescencia me dejé seducir por ser yo quien escribiera las historias, los cuentos, los poemas. Cuando las palabras son tu compañía el talento está de más, no importa que jamás logre ganar un premio por lo que escriba, ni siquiera que sean del gusto popular, sólo interesa que cada sílaba es parte de mi alma y que en algún momento, quizás no hoy, alguien leerá lo escrito y se sentirá traspasado por mis palabras, pensará como yo, se reirá con mis ideas, llorará con mis penas, y las hará suyas, lágrimas y risas, miedos y valentías.

Alguna vez un test dictaminó que mi vocación era ser bibliotecóloga, me reí. Las palabras siempre estarán presentes sin duda, pero ya no me escondo tras ellas, ahora las uso para obsequiar a mis amigos, a quienes necesiten unos reglones con un mundo en qué dejar volar la imaginación…